La ansiedad es algo que experimentamos todas las personas cuando interpretamos que hay una demanda ante la que no podemos o no sabemos responder. Es decir, la ansiedad no depende tanto de estímulo en sí sino en la manera en que nosotros nos enfrentamos a dicho estímulo. La ansiedad puede ser una respuesta a un peligro o amenaza real pero también puede nacer de dentro de nosotros mismos, originándose en sintonía con los esquemas de pensamiento de cada persona. Por eso, hay quien responde con inquietud ante cualquier mínima alteración mientras que otras personas se muestran, por lo general, tranquilas.
La ansiedad es una emoción y, por ello, es una reacción normal que, en niveles moderados, nos moviliza para la acción y pone en marcha nuestros recursos para responder adecuadamente. Sin embargo, cuando su intensidad es muy elevada puede causar mucho malestar y llegar a ser interfiriente en nuestra vida cotidiana.
¿Cuáles son los síntomas de la ansiedad?
La ansiedad, como el resto de las emociones, se expresa a través de distintos niveles. Cada persona la experimentará de una determinada manera. Puede que la identifiquemos en las siguientes manifestaciones, que se dan con diferente intensidad:
- A nivel del pensamiento: pensamientos de futuro en el que anticipamos consecuencias negativas (“me voy a quedar en blanco en una exposición”, “este cambio en mi vida es demasiado arriesgado”, “seguro que no llego a tiempo”…), preocupaciones excesivas, dificultades en la concentración, despistes y descuidos, lapsus de memoria, tendencia a recordar sólo situaciones negativas previas, dificultades para tomar decisiones.
- A nivel de comportamiento: hacer las cosas más rápido, mover rápidamente una parte del cuerpo, llevar a cabo conductas compulsivas (fumar, comer, beber…), estar hipervigilante, tener movimientos torpes o actuar con dificultad.
- A nivel físico: taquicardia, sensación de ahogo, temblores, sudoración, hormiguero, sensación de mareo, problemas para dormir, alteraciones en la alimentación, molestias digestivas, rigidez y tensión muscular, inquietud, cansancio.
- A nivel psicológico: inseguridad, inquietud, irritabilidad, incertidumbre, miedo al futuro o a la pérdida de control, bloqueos.
Como ya hemos comentado, estos síntomas son reacciones normales ante estímulos que interpretamos como amenazantes. La función de la ansiedad es poner en alerta nuestro organismo para escapar de un posible peligro.
Sin embargo, hay ocasiones en las que esta ansiedad se convierte en perjudicial cuando no nos informa de un peligro real o cuando su intensidad es tan elevada que nos bloquea y no nos permite actuar de una manera adaptativa.
¿Cómo podemos afrontar la ansiedad?
Como ya hemos comentado en artículos anteriores, el consumo de ansiolíticos ha aumentado en España un 57% en los últimos doce años, según la Agencia Estatal de Medicamentos y Productos Sanitarios. Aunque esta parezca la vía más fácil y rápida para acabar con estos síntomas tan molestos, no siempre es eficaz a largo plazo y más aun cuando no se combina con una terapia psicológica.
A continuación, comentaremos algunas estrategias que pueden ayudarnos a moderar nuestros niveles de ansiedad. En cualquier caso, es recomendable atravesar un proceso terapéutico en el que un psicólogo nos ayude a comprender el origen de nuestras angustias y nos facilite las claves y las herramientas para construir la vida que queramos vivir, con una buena relación con nuestras angustias y emociones.
- Centrarnos en el momento presente. Una de las fuentes generadoras de ansiedad son los pensamientos sobre el futuro. Estos pensamientos nos llenan de incertidumbre y de miedos ya que el futuro es un espacio desconocido en donde todo lo que nos causa temor tiene cabida. Sin embargo, esto nos impide disfrutar de lo que realmente está ocurriendo. Ejercicios propios de la filosofía del Mindfullnes pueden ayudarnos a entrenar esta capacidad de estar aquí y ahora.
- Reajustar nuestras exigencias. Muchas ocasiones, la ansiedad es una consecuencia de las elevadas exigencias que nos pone el exterior o, incluso, nosotros mismos. Tendemos a ver el error como un fracaso más que como una oportunidad para aprender y desarrollarnos de cara a un futuro. Permitirnos caer y no ser siempre la mejor versión de nosotros mismos nos ayudará a bajar los niveles de ansiedad. No somos perfectos ni tenemos por qué acercarnos a ello.
- Relativizar. Aprendamos a dar a los problemas la importancia que tienen, sin añadir preocupaciones extra sobre aspectos que puedan ocurrir en un futuro. Técnicas de solución de problemas pueden ser útiles para conseguirlo.
- Descargar el exceso de activación. Cuando sentimos ansiedad, nuestro sistema nervioso está hiperactivado y una buena forma de hacer que esos niveles desciendan es el deporte. Elige una actividad que te guste y tómatela como tu tiempo de descanso, de dejar la mente vacía para centrarte en el esfuerzo del cuerpo. Puede que al principio notes efectos molestos como puede ser la fatiga o las agujetas pero en cuanto instaures el hábito podrás disfrutar de sus beneficiosos efectos.
- Mirar el lado positivo de las cosas. Veamos la vida con optimismo, centrándonos en lo que tenemos más que en aquello que nos falta por alcanzar o que la vida nos ha arrebatado. En ocasiones es difícil luchar contra las condiciones adversas pero entrenarnos en la positividad nos hará relacionarnos con aspectos incontrolables de la vida de una manera más tranquila. La psicología positiva cuenta con una gran cantidad de técnicas para desarrollar esta habilidad.
- Tener relaciones sociales satisfactorias. Un buen apoyo social es siempre un motor para el cambio y el bienestar. Muchas veces se ha dicho que la risa es la mejor medicina. Disfrutemos de la compañía de nuestros seres queridos y llenémonos de buenos momentos que nos hagan disfrutar y nos permitan olvidarnos de aquello que nos preocupa, aunque sea por momentos.