Nos acercamos a unas fechas señaladas que no son para todos días de felicidad y celebración, sino más bien de recuerdos y dolor.
A menudo nos encontramos con mesas en las que falta alguien, con canciones que ya no apetece escuchar, con bromas que ya no queremos gastar, con momentos en los que nuestro ser querido ya no puede disfrutar… y sentimos dolor. Un dolor que no desaparece, que está ahí y que en situaciones señaladas da la cara con más fuerza para avisarnos de que permanece ahí, con nosotros.
Perder a un ser querido no es fácil de asimilar. Nunca nos han enseñado a entender y a asimilar la muerte. Nadie está preparado para afrontar la fuerza y la naturaleza de las emociones que surgen con la pérdida de un ser querido.
El dolor forma parte del cambio, todo cambio da miedo. Y la pérdida es un cambio de gran magnitud.
“Cuando no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el reto de cambiarnos a nosotros mismos”Victor Frankl.
No solo sienten este dolor las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido para siempre, sino que también lo sienten aquellas personas que han sufrido un duelo en su vida como puede ser un divorcio, una separación, la pérdida de un trabajo, de una amistad, de la salud… Y el modo de reaccionar no difiere mucho de unas personas a otras.
¿Qué nos pasa cuando perdemos a un ser querido?
La primera reacción de una persona que sufre una pérdida es mostrar un mecanismo de defensa llamado NEGACIÓN. Nuestro cerebro intenta con esto posponer el impacto de la noticia, aunque sea por poco tiempo. Es por este motivo que verbalizamos frases como “no puede ser”, “esto debe ser un error”. Estamos sorprendidos y tenemos miedo.
En esta breve tregua que nos aporta la negación, intentamos desesperada e inconscientemente buscar el tiempo necesario para pensar cómo adaptarnos, cómo afrontarlo, cómo será el mañana.
Lo siguiente que hacemos es NEGOCIAR. Tras pensar que es imposible que sea cierto aparece la incertidumbre y el desconsuelo. Intentamos hacer tratos con Dios, con el diablo, con la vida… todo ello de nuevo como acto defensivo, tratando de evitar la abrupta e inaceptable noticia. Estos pactos o promesas suelen ser secretos, solo los conocen quienes los hacen.
El apetito y el sueño suelen descontrolarse los primeros meses… tu cuerpo está reaccionando al dolor.
“No somos nosotros mismos cuando la naturaleza al oprimirnos, ordena a la mente que sufra con el cuerpo” William Shakespeare.
Hasta ahora nuestro cuerpo y nuestra mente han utilizado grandes cantidades de energía con la finalidad de rechazar el impacto de la noticia, pero llega un momento en el que nos agotamos y no somos capaces de mantenernos en el intento de alejarnos de la dolorosa realidad.
Es ahora, cuando acabamos agotados, cuando aparece la tercera fase, la DEPRESIÓN. Sentimos angustia, tenemos ideas negativas y repetitivas… y todo ello porque ya somos conscientes de que lo hemos perdido. Esta etapa se resuelve con mayor rapidez cuando la persona encuentra la fuerza y el entorno donde poder expresar su angustia y recibir el consuelo que necesita frente a sus temores.
La tristeza no es debilidad, es una necesidad psicológica. Es parte del proceso de decir adiós a un ser querido.
Aprende a pedir ayuda, no quieras llevarlo tú solo. Las penas compartidas son más llevaderas.
Este proceso es más sencillo y transitable cuando tenemos algo importante en la vida. Como decía Nietzche:
“Quien tiene un por qué vivir, puede soportar casi cualquier cómo”.
Te dolerá el cuerpo y el alma..pero deja que el dolor permanezca un tiempo. Te ayuda a sanar y a entender. El dolor que sientes es normal. Lo anormal sería no sentir dolor al perder a una persona especial para ti.
Perder a un ser querido es un proceso personal. No te enfades si otro no llora lo que lloras tú, o no le menciona tanto como tú. Cada uno intenta llevarlo lo mejor posible. El dolor es un sentimiento universal, pero la experiencia de dolor es sumamente personal.
No en todas las fases se está el mismo tiempo ni de todas cuesta lo mismo salir. La depresión es la fase en la que más se atascan las personas, y es la emoción de la IRA la que, una vez que la dejamos salir, nos va liberando poco a poco de los síntomas depresivos.
“Si eres paciente en un momento de ira, escaparás a 100 días de tristeza” (Proverbio chino).
Ahora que vemos la realidad, queremos rebelarnos contra ella. Aparecen preguntas como “¿Por qué a mí?”, “¿Por qué ahora?”. Lo vemos injusto, indignante y aparece el enfado con la vida, con Dios, con el mundo. La ira la expresamos rebelándonos porque nada nos parece bien, nada nos conforma. Sentimos dolor, odio, rencor… Y no debemos evitar sentirlo, debemos dejarlo fluir porque sólo esta liberación de la emoción nos permite deshacernos de ella. El problema no son nuestras emociones, sino la gestión que hacemos de ellas. Sal y haz deporte, esta es una buena forma de controlar la ira.
Es en este momento cuando podemos alcanzar la última fase, la ACEPTACIÓN. Llegar hasta aquí no es tarea fácil, requiere tomarse el tiempo necesario y tener un acompañamiento.
No encierres tu pena, habla con los de tu alrededor, habla de lo que sientes… Si el dolor se queda dentro se convierte en sufrimiento:
“El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional” Buda.
Si no has podido despedirte, escribe una carta. Di lo que sientes, da las gracias por el tiempo compartido y pide perdón.
Despide a la persona que se ha ido y abraza el amor que te ha dejado. La meta no es no estar triste, sino intentar tener momentos de paz.
El tiempo necesario para alcanzar la aceptación depende de la persona y del apoyo psicológico del que disponga. Únicamente aceptamos la realidad cuando hemos podido elaborar nuestra ira y nuestra ansiedad, y hemos podido dejar atrás nuestra postura de depresión.
Cuando aceptamos la realidad nos encontramos débiles y muy cansados.
No todas las personas son capaces de elaborar el duelo y llegar a esta fase, pero las personas que lo consiguen suelen obtener por fin un poco de paz y tranquilidad. Es por ello importante elaborar el duelo para poder alcanzar este estado, que de ninguna manera supone el olvido de la persona querida.
Recuérdale las veces que quieras, a todas horas, en todo momento… esto nadie nos lo puede quitar.
A todos nos ha pasado que hemos perdido a un ser querido, y todos tenemos que continuar viviendo. Vivir no es simplemente respirar, implica mucho más que eso. Necesitamos mantenernos activos, necesitamos hacer cosas.
El paso del tiempo puede aliviar el dolor que sientes, pero no asegura que tu herida se cierre. Lo que ayuda es lo que tú haces con el tiempo.
Ante una pérdida debemos realizar una serie de tareas como son: aceptar la realidad, trabajar las emociones y el dolor por la pérdida, adaptarnos a un medio en el que el fallecido está ausente, recolocar emocionalmente a esa persona y continuar viviendo.
“Quien no afronta la adversidad, no conoce su propia fuerza” Benjamin Jonson.
“Aquello que para la oruga se llama fin del mundo, para el resto del mundo se llama mariposa” Lao Tsé.