Aunque cada vez está más normalizado el cuidado de la salud mental, sigue existiendo cierta reticencia a pedir la ayuda de un psicólogo. Esto se debe, entre otras cosas, al desconocimiento del trabajo terapéutico que se realiza en consulta. Os mostramos una experiencia reflejada en palabras.
«Querido psicólogo:
Llevaba tiempo pensando en escribirte para compartir contigo lo que está significando la terapia para mi.
Si pienso en lo que tú representas, solo puede nacerme agradecimiento, hacia ti y hacia mi misma. Ya sabes que, antes de conocerte, tuve una mala experiencia con otro psicólogo. No conectamos, no sentía el cuidado y la escucha que siento contigo y llegué a pensar que los psicólogos no sirven para nada, que esa labor la puede hacer cualquiera y que esa persona sólo quería sacar mi dinero. Menos mal que me di una nueva oportunidad y topé contigo.
Cuando he compartido esta experiencia con otras personas que han pasado por procesos terapéuticos me dicen que es normal, que encontrar a un psicólogo con el que conectar es como encontrar la horma de un zapato. También recuerdo lo que me comentabas un día de las resistencias y las formas de vincular que tenemos las personas, algo como que cada uno tendemos a establecer las relaciones en función de cómo han sido en nuestra historia, ¿no? No sé, te volveré a preguntar sobre esto.
Si pienso en nuestro recorrido, pienso en todas las etapas que hemos atravesado. Al principio, fue como conocer a una pareja, todo era perfecto, tú eras perfecto, parecías haber llegado a mi vida para salvarme. He de reconocer que te idealicé, supongo que necesité hacerlo de esa manera. Luego me fui dando cuenta de que la única que podía salvarme era yo y que tú solo estabas ahí para acompañarme, guiarme y cuidarme. Ya te confesé que hubo días que, hasta que asumí eso, me fui enfadada contigo porque no estuviste disponible para mí de la forma en la que yo esperaba. ¡Ay, qué peligrosas las expectativas! Menos mal que tengo la confianza en ti para poder hablarlo y reparar aquellas situaciones. Eso también ayuda a que contigo me sienta a salvo y tranquila.
La terapia se ha convertido en un espacio de seguridad donde sé que todo lo que puede pasar va a ser recogido, aceptado y acompañado. Cuánta angustia ha habido también en nuestros espacios… y qué sabiamente me has enseñado a calmarme por mi misma cuando esto aparezca fuera de tu despacho. Con qué cuidado has estado conmigo cuando la vida ha sido tan dolorosa que no había otra opción que estar ahí, a mi lado, escuchándome y queriéndome mientras el dolor se iba aliviando. Con qué delicadeza me has acompañado mientras yo exploraba mi mundo interno y externo gracias al sostén que la relación entre los dos me ha proporcionado.
Por todo esto no puedo más que agradecerte a ti, por haber sido mi tabla de salvación; y a mi, por haberme permitido pedir y coger esa ayuda y haber remado hasta la orilla. Ojalá todas las personas que están atravesando momentos de sufrimiento pudieran leer estas palabras para animarles a que nunca dejen de remar, a que prueben tantas tablas y salvavidas como sean necesarios hasta que recuperen por si mismos las fuerzas para mantenerse a flote.»