Desde que nacemos, vamos aprendiendo a relacionarnos con nuestras emociones. Nuestros padres, familiares, profesores, amigos y el resto de las personas con las que nos vamos a ir relacionando desde pequeños van a ir modulando nuestro comportamiento con sus respuestas. De esta forma, en las interacciones, vamos a ir aprendiendo qué comportamientos están bien y son aceptados y cuáles no.
En el caso concreto de la tristeza, parece que existe una cierta presión social que nos dice que no podemos sentirnos tristes ni mucho menos mostrarlo. Mensajes como “hay que estar bien siempre”, “hay que tirar para adelante”, “no estés triste, no te sirve para nada estar así”… nos llevan a creer que no tenemos derecho a estar tristes y que, si lo estamos, puede ser considerado un signo de debilidad. Nada más lejos de la realidad.
¿Para qué nos sirve la tristeza?
La tristeza es una emoción normal y necesaria para el funcionamiento de las personas. Cuando perdemos a un familiar, cuando nos echan de un trabajo, cuando terminamos una relación de pareja, cuando enfermamos, cuando no alcanzamos lo que esperábamos alcanzar… Son todas situaciones en las que podemos sentir cómo la tristeza nos inunda y recorre nuestro cuerpo, nos deja sin fuerzas y nos enturbia los pensamientos.
Lo que es una emoción normal y transitoria, aunque dolorosa y desagradable, puede convertirse en un problema si no la miramos y no la experimentamos (la reprimimos). Existe un intenso deseo de querer aparentar que todo está bien porque la sociedad nos puede hacer llegar a sentir que somos débiles o inferiores. Con esto solo empeoramos la situación porque hacemos que la tristeza se instaure en nuestros pensamientos y, consecuentemente, en nuestro cuerpo.
La tristeza viene para hacernos saber que algo que valorábamos ya no forma parte de nuestras vidas o que se ha dañado notablemente. Así, nos invita a reflexionar, a la introspección y a buscar el apoyo y la compañía de las personas que son importantes para nosotros.
¿Qué puedo hacer si me siento triste?
Sabemos que transitar la tristeza no es algo fácil. Es una emoción dolorosa y el mensaje que deja probablemente no nos guste. Por ello, hace falta reunir fuerzas y vencer ciertos miedos para poder enfrentarla.
El primer paso para poder transitar la tristeza es reconocerla y aceptar que es una emoción normal, que tengo derecho a sentirla y a expresarla y que no dice nada de mis cualidades personales. De nada sirve negar esta emoción y guardarla encapsulada como si no estuviera existiendo. La catarsis emocional es necesaria y para ello no debe haber límite ni control. Darte permiso para llorar, reflexionar, hablar te ayudará a soltar un poco del peso de esta tristeza y empezar a reconstruirte y a saber qué necesitas para retomar o comenzar un camino de autocuidado y de bienestar.
Paralelamente, es importante ir creando un entorno que nos de las fuerzas para poder ir sosteniendo la tristeza que vayamos encontrando: hacer deporte, tener hábitos de alimentación saludables, hacer actividades por el mero hecho de disfrutarlas, rodearte de personas con las que te sientas bien… Aunque en un primer momento no te apetezca o la tristeza te invite a permanecer en soledad, a la larga te ayudará.
Por último, ten presente y recuerda que nada es permanente y que el dolor desaparecerá. Los seres humanos estamos preparados para enfrentar el dolor de las pérdidas, nos iremos acostumbrando y aprenderemos a vivir con la nueva situación. Tienes la capacidad y la fuerza para hacer frente a lo que te está sucediendo, aunque hoy te parezca imposible.
No obstante, si sientes que estás teniendo dificultades para transitar tu tristeza, si es demasiado intensa, si te está afectando en algún área de tu vida, si no estás pudiendo llevar tu vida con normalidad, no dudes en pedir ayuda profesional.